dimecres, 14 de setembre del 2011

Debate: medios de comunicación, información y desinformación (V)

Tema, mitjans de com, desinformació, etc… Titular: Hacia la sociedad de la confusión. Destacados: Para que el conocimiento funcione como poder exclusivo, necesita imperiosamente que cunda la confusión general. Del texto: Mucho se habla de la sociedad de la información y del conocimiento pero no tengo la menor duda de que nada se puede comprender acerca de nuestras actitudes y comportamientos sociales actuales sin conocer los graves niveles de desinformación y confusión en los que vivimos. Una ignorancia que, por otra parte, nada tiene que ver con los mejores o peores niveles que pueda conseguir el sistema educativo. Además, y desgraciadamente, la ignorancia y la confusión ni son fáciles de estudiar, ni gusta a nadie que sean mostradas en público, tal como ocurre con los suburbios más degradados o con las conductas privadas más miserables. Quizás sepamos algo de lo que conocemos, pero ignoramos casi todo de la confusión en la que vivimos. La mayor y más extendida confusión es creer que en nuestras decisiones priva una relativa buena información, gracias a la facilidad de su acceso y a su rápida circulación. Pero la existencia de una potente red de medios de comunicación no sólo no es garantía de información de calidad, sino que es la que permite ocultar los altos niveles de confusión. Por una parte es así porque su presencia simula una alta circulación de información mientras disimula su escasa eficacia. Pocos investigadores se dedican a estudiar los fracasos EN LA RECEPCIÓN DE LA INFORMACIÓN, QUIZÁS UNA DE LAS MAYORES FORMAS DE CREACIÓN DE DESIGUALDAD SOCIAL EN NUESTROS DÍAS. La mayor parte de los análisis sobre televisión, por poner un ejemplo, se ocupa sólo de estudiar los mensajes enviados por la red, considerando que son comprendidos tal cual se emiten. En cambio, no suelen poner el acento en las formas de recepción de tales mensajes y en lo que queda de ellos en nuestra conciencia e inconsciente, si es que queda nada más allá de ideas inconexas, para bien y para mal. Por otra parte, la tupida red de comunicaciones es, en sí misma, causa de confusión. No es que existan contradicciones entre distintos medios, sino que en un solo medio de comunicación suelen circular mensajes absolutamente contradictorios, todos ellos con todas las marcas de veracidad a las que se recurre convencionalmente para darles credibilidad. Podría decirse que el triunfo de la sociedad de la comunicación es, también, el triunfo de la sociedad de los prejuicios. No descubro ni digo nada nuevo, claro. Sólo añado que quizás habría que considerar las consecuencias que se derivan de vivir en un mundo tan dramáticamente confundido, y no seguir cantando las excelencias de una sociedad de la información y el conocimiento inexistente para la mayoría. Tampoco los sondeos de opinión, ocupados de saber qué cosas pensamos, contribuyen a mostrar todo el patetismo de los niveles de ignorancia y confusión que nos aturden. Las encuestas suponen a un ciudadano hipotéticamente informado que responde interrogantes que sugieren de antemano la coherencia informativa que conviene al que hace –y paga- la pregunta. Nos preguntan dando por descontado que sabemos de qué va el asunto y, por si acaso, las posibilidades de respuesta, todas razonables según quién pregunta, pero permiten mostrar hasta qué punto estamos confundidos. Hace años, en una encuesta municipal se pedía qué instituciones de la ciudad eran conocidas. Un sociólogo probablemente inexperto e ingenuo añadió una organización inexistente entre las posibles, y ésta apareció casi tan conocida como las demás. La gente no miente: simplemente está confundida. Hace pocos días me encuestaron por teléfono y las posibilidades de respuesta que me daban no sólo delataban quién encargaba el sondeo –en este caso, probablemente el PSC, aunque podría ser el propio Gobierno- sino que me forzaban a situarme en, y de paso confirmar, la coherencia de la estrategia política de quien me estaba interrogando. Paradójicamente, en muchas encuestas, la única respuesta inteligente es el no sabe/no contesta, mientras que lo más astuto y sabio sería mentir. Lo demás es puro asentimiento a las intenciones del encuestador. Una visión ingenuamente optimista supondría que la ignorancia es un no saber que se resuelve conociendo. Pero en realidad la ignorancia y la confusión funcionan eficazmente como conocimiento cierto, de manera que, a menudo, aprender no es tanto cuestión de añadir más saberes como de borrar errores. O mejor: dada la cantidad de falsos mensajes que circulan, nunca como ahora conocer ha sido discernir. Y para discernir hace falta criterio. Es por esa razón por lo que es tan difícil tener esperanzas de poder salir del guirigay comunicativo actual. Y eso sin contar con que tiene cien mil veces más dinero el deseo de engañar con algún interés que presupuesto dispone la voluntad de esclarecer desinteresadamente la verdad o, al menos, de aumentar la certeza. No crean que con este artículo intento escapar del comentario de actualidad. Todo lo contrario: es la actualidad la que me sugiere que es el mar de confusión en el que estamos nadando el que permite el ejercicio del poder más absoluto. Sólo en un sentido podemos decir que vivimos en la sociedad de la información, y quizás, del conocimiento: que lo escaso, que lo exclusivo, que lo poderoso, que lo que gobierna el mundo es la información y el conocimiento. Pero este hecho no puede ocultar que, para que el conocimiento funcione como poder exclusivo, necesita imperiosamente que cunda la confusión general. Quizás habría que hablar menos de la sociedad red y hablar más de la sociedad laberinto. Quizás el tema que hay que investigar sea la democratización de la ignorancia. Fuente: Salvador Cardús, en La Vaguardia, 1-01-2006, opinión, página 17.

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