dissabte, 13 d’abril del 2013

Artículo 3: La verdad que nos transmiten los medios de comunicación y la comunicación académico-científica



Una parte de nuestra realidad no la hemos presenciado ni vivido. Nos la cuentan los medios de comunicación a través de sus múltiples canales y formatos.  Sin embargo, no somos muy conscientes de que el acceso a más información de la que somos capaces de vivir conlleva una serie de dependencias y limitaciones.

Hoy en día es impensable que haya nadie que no sepa  acerca de muchas cosas que suceden, tanto a su alrededor como en el otro extremo del planeta, a través de los medios de comunicación. Pero lo que quizás no han llegado a pensar son los motivos que han llevado a nuestras sociedades a organizar un entramado de medios de comunicación que satisfacen, de entrada, el deseo de conocimiento de las personas, pero a la vez, constituyen plataformas de difusión de unos contenidos que sirven a los intereses de quienes los promueven.

Cuando se plantea que los medios de comunicación funcionan al servicio de los intereses de quienes los organizan y gestionan, suele parecer una afirmación un tanto categórica y relativamente no del todo creíble. En el fondo nos cuesta desconfiar de unos contenidos que se presentan como bien elaborados para ser comunicados a los ciudadanos. Existen una serie de elementos formales que refuerzan la credibilidad tanto de los contenidos como de sus fuentes. Es muy difícil desarmar estas estructuras y, en el mejor de los casos, se suelen relativizar a partir de reconocer que todos sabemos que existe la posibilidad de manipular la información, pero que a su vez, tenemos habilidades suficientes como para detectarlo y analizar los temas entre líneas.

Pero en los medios de comunicación circulan muchos contenidos, entre los cuales hay la publicidad explícita y una gran diversidad de formas indirectas de persuadir, con finalidad publicitaria, pero utilizando un juego de asociaciones  con valores positivos cercanos a los contenidos (léase marcas comerciales, grupos políticos, personajes públicos, grandes corporaciones o instituciones públicas o privadas).
En la medida en que hay personas y entidades que conocen los mecanismos y la capacidad de los medios de comunicación, generalistas o especializados, es lógico que  algunas intenten aplicar esta lógica a su favor. De este modo, el problema de la interpretación acerca de la veracidad de los contenidos, o el análisis de si éstos están condicionados a intereses que no se comunican junto con los mensajes.

Una de las disciplinas que permiten aprender qué mecanismos ejercen los medios de comunicación y la publicidad en las personas es la “educación mediática” o media literacy. Uno de sus principales objetivos es sentar las bases para introducir en el sistema educativo el conocimiento de cómo funcionan los medios de comunicación, para aprender a interpretar las noticias, los contenidos y los mensajes que se difunden. Los escenarios a través de los cuales nos llegan todo tipo de contenidos son cada vez más variados y complejos de analizar. Tanto si observamos los tradicionales medios de comunicación como si nos proponemos analizar las redes sociales e Internet, nos daremos cuenta de que nos estamos acercando a una inmensidad de contenidos y a la gran complejidad de analizar tanto su veracidad como los posibles intereses relacionados con el hecho de dar a conocer dichos contenidos.

Existe una gran variedad de ejemplos cuyo análisis nos permitiría observar que las verdades viajan por los mismos conductos que las mentidas, y entre unas y otras, existen todo tipo de combinaciones y proporciones. Pero más allá del análisis de la veracidad, quizás es más interesante analizar qué intereses puede haber detrás de la difusión de una noticia.

Cuando una noticia puede favorecer los intereses de un grupo político, de una empresa o corporación, de un personaje público o famoso, suele dejar la huella de su intencionalidad, aunque no suela ser fácil proceder a un análisis que separe estos objetivos con respecto a la forma en que ha sido presentada formalmente. Es decir, puede haber objetivos que se encubran detrás de supuestos objetivos de interés general.

El ámbito de la comunicación científica, tanto si se difunde en revistas generales como en publicaciones especializadas, no está exento de la difusión de contenidos que obedecen a intereses personales, para aportar prestigio a instituciones o empresas u otro tipo de intereses ajenos al interés y utilidad social. Constituyen una buena evidencia las noticias que, una vez publicadas, se ha averiguado que el contenido de determinadas investigaciones era un fraude científico.

A través de Internet  tenemos acceso a muchas noticias, publicadas en páginas web, en foros, en comentarios dentro de los mismos, o en las redes sociales, que nos informan de las nefastas consecuencias que pueden tener este tipo de noticias. Estos artículos, a su vez, contienen números ejemplos de fraudes científicos. Supuestamente, la intencionalidad de sus autores era ganar fama y prestigio; o escalar rápidamente en sus puestos de trabajo, como por ejemplo, los funcionarios que han ganado su plaza habiendo realizado plagios en sus tesis doctorales u otras investigaciones. El análisis de la veracidad del contenido de las investigaciones es muy difícil, lento y complejo. Supone contrastar mucha información, acceder a las fuentes y al material analizado. En teoría, las investigaciones que se realizan en el marco de instituciones académicas deberían implantar protocolos de calidad en el trabajo de investigación, así como establecer mecanismos de detección de plagios. Estos pueden ser efectivos cuando se realizan en el mismo contexto en el que se ha llevado a cabo la investigación. En la medida que se alejan, dejan de ser tan efectivos y se hacen más complejos. A su vez, en el contexto en el que se lleva a cabo cualquier investigación o análisis, se debe contar con los expertos, quienes otorgan un determinado valor a cada investigación y a cada investigador.

Sin embargo, los casos de plagios e investigaciones fraudulentas que se descubren, en algunos casos lentamente y con dificultades, son factores de riesgo, que pueden repercutir en el prestigio no sólo de los supuestos investigadores que han hecho trampas para progresar y ganar un mérito inmerecido, sino también de las empresas o instituciones que les han cobijado. Se plantea, pues, una dificultad añadida cuando se descubren, al cabo de varios años, este tipo de fraudes. A modo de ejemplo, si una Universidad tiene conocimiento de que alguno de sus profesores plagió en su tesis doctoral realizada hace más de quince años, se le plantea una decisión compleja.  Tiene que sopesar si encubre o defiende al plagiador, o bien tomar una decisión valiente de retirarlo de sus cargos y trabajo.

 Referencias consultadas: 

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