dissabte, 12 de març del 2011
Pensar los medios
Artículo La Vanguardia | 11/03/2011, página 34. Sergio Pamies.
Dos libros simultáneos y complementarios sobre el periodismo y sus complejas circunstancias. El primero, Aicnàlubma (Ed. Columna), lo ha escrito Joaquim Maria Puyal. Es una reflexión, densa y argumentada, sobre sus desacuerdos con la industria de la comunicación, el deterioro de los mensajes y la renuncia a la responsabilidad social de la mayoría de medios. A lo largo de los últimos años, Puyal ha ido acumulando razones para reforzar un discurso que reclama espectadores activos y críticos y que denuncia el peligro de que, por intereses económicos o ideológicos, la realidad real no coincida con la realidad mediática. A ratos académico y a ratos apasionado, el texto obliga a una atención que va más allá de la lectura convencional. Acumula ejemplos que refuerzan sus tesis, convincentes, precisas y valientes en el diagnóstico, más opinables cuando señalan posibles tratamientos.
La observación analítica de Puyal incluye elementos de denuncia y algún ramalazo apocalíptico. Es especialmente duro con las inercias, egolatrías y vanidades en las que ha caído el periodismo y los mecanismos de una oferta que ha convertido la adicción en género y el falso dinamismo en maquillaje de la ignorancia. Algunas de las ideas que maneja Puyal tienen el valor de la evidencia, como la descripción, gráfica y certera, de la jerarquía de valores que deberían incluir los mensajes o el aviso de que el espectador sepa diferenciar los simples impactos de la información.
Puyal ha ido acumulando razones para un discurso que reclama espectadores activos y críticos
En una línea parecida, aunque sin tanta voluntad de inventario, se expresa Iñaki Gabilondo en su libro El fin de una época (Barril & Barral). Ejemplos que demuestran la sintonía entre Gabilondo y Puyal. Escribe Gabilondo: “La gente no le tiene ningún respeto a los medios de comunicación: les tiene miedo”. O: “Ofrecer información no equivale a hacer periodismo”. O: “Nosotros no tenemos que gobernar, no tenemos que impartir justicia. Y lamentablemente algunos periodistas se dedican a eso: legislan, ejecutan, juzgan, condenan, disparan, entierran, y todo en un mismo acto periodístico”. Ambos libros pueden ser malinterpretados por quienes los consideren un ajuste de cuentas. Sería un error. Aunque es cierto que responden parcialmente a desacuerdos basados en la experiencia, la credibilidad de sus autores y la profundidad de sus reflexiones merecen tomarse como un testimonio valioso, el de unos profesionales que, por caminos distintos, han puesto por escrito unos pensamientos útiles, necesarios y argumentados. No tienen porque despertar la identificación absoluta –ni lo pretenden– pero aportan prestigio y subjetividad a un paisaje objetivamente desprestigiado.
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